domingo, 10 de junio de 2018

VIRIATO

VIRIATO


      Hoy, en nuestro paseo por la historia, nos trasladaremos a la península ibérica, Iberia para los griegos e Hispania para los romanos. Tras la Segunda Guerra Púnica, Roma decidió centrar sus esfuerzos en la conquista de Hispania. Confiados en el poder de sus legiones, creyeron que sería una tarea sencilla, pero, por el contrario, se vieron sorprendidos por la resistencia y tenacidad de los pueblos autóctonos de la antigua Iberia. No debemos olvidar que Roma sostenía su economía por medio de la explotación de los pueblos y territorios conquistados. Si bien es cierto que tenía uno de los más colosales y poderosos ejércitos de la época, las famosas legiones, necesitaba conquistar y dominar otros pueblos para mantener su inmensa maquinaria bélica y proporcionar la riqueza y alto nivel de vida del que disfrutaban los ciudadanos romanos. Hispania reunía esos requisitos, pues tenía aceite de oliva, vino, cereales, caballos e innumerables yacimientos minerales. No tardaron los romanos en poner su objetivo en tan deseados territorios. Como hemos indicado anteriormente, las poblaciones autóctonas no se lo pondrían fácil.

     Llegados a este punto, podemos decir que en el siglo III A.C., en Iberia convivían los siguientes pueblos: lusitanos, turdetanos, astures, ilergetes, edetanos, cántabros… En nuestro paseo de hoy nos centraremos en los lusitanos, los cuales ocupaban los territorios comprendidos entre la cuenca del Duero y el Guadalquivir. Fue en esta zona, y en concreto en la actual Sierra de la Estrella donde, en torno al año 150 A.C., el pretor romano Galba, rompiendo un tratado con los lusitanos, comenzó una política de castigo que culminó con una deshonrosa acción por parte de Galba. Aprovechando una tregua donde se negociaba un nuevo tratado de paz, mandó a sus ejércitos para que rodearan a los lusitanos, allí concentrados, atacándolos a traición. Nueve mil hombres fueron cobardemente asesinados y unos veinte mil esclavizados. Entre los pocos que lograron escapar se encontraba Viriato.

     Los lusitanos, dirigidos por Viriato, se reorganizaron y comenzaron a instigar a las legiones romanas mediante un sistema de lucha novedoso. Nos referimos a las denominadas “guerras de guerrillas”. Viriato, tras sucesivos golpes de mano, y numerosas y sorpresivas incursiones en las filas romanas, iba debilitando la moral de los legionarios y fortaleciendo el espíritu combativo de los lusitanos. Hasta tal punto fue así que, victoria tras victoria, el Senado romano decidió firmar un tratado de paz en el año 140 A.C. Un tratado en el que se reconocía a Viriato como rey de los lusitanos y se le daba el título de amigo de Roma.

     Esta situación no duraría mucho, Roma no hacía amigos. Un nuevo cónsul, Quinto Servilio Cepión, con el respaldo del Senado romano, reanudó la guerra contra los lusitanos. Tras un año de intensas y feroces batallas, se restablecieron contactos con el objetivo de firmar un nuevo tratado de paz. Viriato mandó a tres de sus hombres, Audax, Ditalco y Minulo, a negociar con el cónsul Cepión. Lo que no se le pasó por la cabeza a Viriato es que Cepión consiguiera sobornar a sus tres generales que, por una cantidad de oro, dieron muerte al insigne y valeroso Viriato. Los generales traidores quisieron cobrar su recompensa, pero Cepión les dio muerte tras una famosa frase que pasó a la historia: “Roma no paga traidores”. Viriato fue despedido con grandes honores y recibió las exequias propias de un gran héroe. Con él desaparecería la antigua Iberia y comenzaría la época de Hispania. Un dominio romano que seguiría teniendo grandes rivales y una inusitada resistencia entre la población autóctona.

     En el próximo paseo por la  historia os contaré lo ocurrido en una ciudad que resistió las embestidas de los romanos hasta el último guerrero. Nos referimos a Numancia

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