Hoy pasearemos por el Medio Oriente, en la antigua Palestina, a inicios del siglo X A.C. En ese lugar y en esa época los filisteos rivalizaban con los hebreos por poseer esta parte del planeta. Unos y otros contaban con una fuerza militar notable que se enfrentó en diversas batallas. Tanto lucharon entre sí los dos ejércitos, y tal fue el número de muertos y heridos, que se decidió resolver la guerra mediante un duelo. Cada ejército elegiría a su mejor guerrero entre sus filas para que se batieran a muerte. El ganador proporcionaría a su ejército la victoria definitiva.
Los filisteos contaban con un guerrero que medía más de dos metros, con un aspecto físico imponente, protegido por un formidable escudo que, junto a una afilada espada y una enorme lanza, había dado muerte a feroces guerreros. Seguro de sí mismo, Goliat avanzó con decisión en busca de la victoria, pues ésta siempre le había acompañado. De las filas de los hebreos, para sorpresa de los filisteos, salió un pequeño y joven pastorcillo, no medía más de metro y medio. Al contrario que Goliat, no tenía ni escudo ni espada, solo llevaba un bastón y una honda. Soldados de ambos ejércitos observaban con curiosidad la desigualdad de fuerza entre David y Goliat. Los hebreos habían elegido a David por un extraño motivo.
Goliat, al ver al pequeño e indefenso pastor, se confió tanto que ni siquiera desenvainó su espada y, con una sonrisa de desprecio, dirigió su lanza hacia el pequeño David con la intención de ensartarlo como a un vulgar saco de tierra. Los filisteos gritaban eufóricos porque veían la victoria asegurada. Goliat, con el puño en alto, los animaba. El pequeño David, calmado y observador, mantuvo la suficiente distancia para no ser alcanzado por la lanza. Cogió una piedra de una bolsa de cuero, elegida días antes con el objeto de derrotar a Goliat. Introdujo la piedra en la honda, tensó la misma con decididos y seguros movimientos rotatorios, como tantas veces había practicado durante las largas horas que dedicaba a cuidar sus ovejas. Apuntó directamente a la frente de Goliat, justo entre las dos cejas. Goliat, sorprendido, recibió tal impacto que le hizo perder el equilibrio y cayó sin sentido al suelo. Los filisteos enmudecieron al ver cómo David, con decisión, se aproximó al inconsciente Goliat y con la afilada espada del mismo, le dio muerte.
Orgulloso por su victoria, David alzó los brazos y los guerreros hebreos lo imitaron gritando con una sola voz "¡VICTORIA!". Los guerreros filisteos, abrumados y conscientes de la derrota, abandonaron horrorizados el campo de batalla. La guerra había sido ganada por los hebreos. Gracias a esta proeza y victoria impredecible sobre el que decían invencible Goliat, David fue nombrado rey de los judíos.
El siguiente paseo será, continuando con esta historia, el Rey Salomón, hijo de David y tercer rey de los judíos...
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